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#9. Una política de desarrollo, en concreto.
El desarrollo parece ser un horizonte, un objetivo general, un ideal hacia el cual dirigir una política... ¿o puede ser una política concreta? Si es posible concretamente una política de desarrollo, ¿cómo se define?

Tantas veces me preguntaron: todo muy lindo con eso del desarrollo en la teoría, pero ¿cómo se aplicaría concretamente en la actualidad? ¿Alguna vez se aplicó realmente? ¿Lo hicieron otros países? ¿Se puede hacer? ¿En qué consiste? Porque si fuese tan óptimo y fácil, ya lo habrían hecho los gobernantes que se vienen turnando en la política argentina en las últimas décadas.
La pregunta entraña la presunción de que el desarrollo es una especie de utopía, una ideología abstracta, una manifestación de buenas intenciones, un listado de lindas ideas que no se puede realizar. Pues claro, ¿quién no quiere el desarrollo del país? Por otra parte, la referencia al gobierno de Frondizi (una experiencia concreta de política de desarrollo) remite a un hecho histórico remoto, hace casi setenta años, un episodio vagamente recordado y apenas caracterizado por los historiadores, en un contexto mundial radicalmente distinto del actual. En definitiva, no está claro que el desarrollo sea una solución concreta, realizable.
En entregas anteriores de La agenda del desarrollo intentamos describir concisa y claramente qué cosa es el desarrollo como concepto bien determinado, contar la historia de las ideas del desarrollo, hacer también una descripción histórica de cómo ocurrió el subdesarrollo argentino y, finalmente, una crítica de las políticas estatistas/populistas y liberales/monetaristas desde la perspectiva del desarrollo. Ese recorrido puede ser trillado o parecer superfluo o inconducente, pero tiene la razón de servir de antecedente para la propuesta de una política concreta de desarrollo. Hay una historia del desarrollo posible, y en cambio, si el desarrollo fuese simplemente una idea arbitraria en la cabeza de algunas personas, sería ciertamente improbable que cristalizara en una política.
El desarrollo no ocurre espontáneamente, hace falta una política deliberada. Una política (en el sentido de un conjunto de medidas de gobierno orientadas a un fin o bien público) no se diseña en un escritorio o un laboratorio o un think tank, requiere un debate democrático en el que los problemas del desarrollo se formulen a partir de las necesidades, los intereses y los puntos de vista de las partes involucradas. Requiere, como suele decirse, tener los pies en el barro, conocer lo que le pasa a cada parte.
Como el desarrollo es una tarea de la sociedad, en beneficio de la sociedad, para que se defina una política de desarrollo inclusiva deben expresarse democráticamente los sectores sociales, todos ellos involucrados, convencidos de que el desarrollo es un objetivo común, y que vale la pena que todos pongan algo de sí (resignen algo) para lograr tal objetivo. Una empresa política de estas características debe partir de la buena fe, que por definición, confía en no ser traicionada. El desarrollo, en la medida que ocurre, es un premio o una retribución adecuada a esa buena fe. Es un bien público genuino. En esto es muy diferente a las tecnocracias iluminadas, que creen en la definición unilateral de los problemas desde las alturas de algún conocimiento técnico y neutro.
Hasta la década de 1970, el desarrollismo existía como corriente de ideas y como fuerza política, y el debate público sobre el desarrollo animaba la discusión política, al menos en parte. De hecho había críticas al desarrollismo para todos los gustos, desde todos los frentes ideológicos. Los liberales y monetaristas pretendían identificar al desarrollismo con el estatismo, el intervencionismo estatal y el dirigismo, como si fuese una forma de socialismo soviético. El peronismo, por su parte, lo acusaba de liberal, privatista, antiobrero y antinacional. La izquierda, para variar, caracterizaba al desarrollismo como entreguista y pro imperialista. El pensamiento social-cristiano, como una ideología excesivamente materialista que ignoraba las dimensiones humanas de la política y la sociedad, etc. Esos tiempos pasaron, y ahora el desarrollismo es una reliquia en el museo de las ideologías. En todo caso, parece no tener entidad. ¿Tiene todavía algo que decirnos?
La historia de los fracasos de cada proyecto político y cada programa económico en los últimos 50 años debería servir de índice acerca de hay algo ahí detrás de las crisis argentinas, algo concreto y muy real que no se tuvo en cuenta, no se encaró y no se resolvió. Nuestra hipótesis es que la crisis argentina no se puede resolver sin ocuparse del desarrollo. La estabilización sin desarrollo, la “economía social de mercado”, o una “economía nacional y popular”, o un “modelo de matriz diversificada con inclusión social”, sin desarrollo, son prácticas tan frecuentes y revisitadas como equivocadas. No se puede. No funciona. Pero seguimos en la misma, y una y otra vez vuelven las mismas recetas y las mismas políticas estatistas y monetaristas, alternadas, con variantes, a plantear problemas laterales como sin fuesen centrales, y prometer soluciones aparentemente drásticas o espectaculares, sin abordar el problema de fondo, el problema del desarrollo de la economía.
Hemos señalado que en la cuestión de la formación de capital está la raíz de los problemas económicos argentinos, y que en la capitalización general de la economía está la clave de superación de la crisis crónica del subdesarrollo. Pero esto, como dijimos, parece una generalidad teórica, un objetivo obvio y a la vez un deseo o aspiración casi utópica. Entonces de nuevo: ¿se puede realmente hacer el desarrollo? ¿Y cómo?
1. Política, programa y acuerdo para el desarrollo.
Para avanzar en la definición de las formas de generar desarrollo, lo primero es enunciar su objetivo general, que es crear y consolidar los mecanismos para la capitalización general de la economía. En esto consiste el signo distintivo de una política de desarrollo. Luego, se puede mirar en detalle cuáles son los sectores más dinámicos y preferentes. Definir las prioridades y el modo en que se coordinan acciones para impulsarlas constituye el programa desarrollo más específico.
¿Cómo se definen las prioridades? Es decir ¿cómo se decide la especificidad del programa? Por supuesto que no se puede priorizar todo (lo que equivale a no priorizar nada); hay que elegir entre los sectores más dinámicos y preferentes. El dinamismo de un sector es un dato más o menos objetivo, está determinado por las ventajas comparativas de un sector, su capitalización previa, el capital social asociado preexistente, su inserción en el mercado mundial y su potencial de crecimiento. El carácter preferente de un sector, en cambio, es una definición política, cuyas razones pueden variar: algunos lo serán porque generan divisas y mejoran la balanza de pagos, otros lo serán porque crean puestos de trabajo, otros porque al crecer tendrían un efecto cascada en diversas actividades, otros (como el caso de la energía o la infraestructura logística) porque favorecen la tecnificación o la movilidad de los factores etc. etc.
Pero no estamos creando la economía argentina desde cero. Ni estamos lidiando con una economía que no tiene ya una realidad determinada. La economía real (la producción, el agro, la industria, los servicios, la infraestructura, etc.) está estructurada como resultado de una historia en la que ya se radicaron, crecieron y transformaron actividades y empresas, se tendieron caminos y vías férreas, se instalaron servicios, energía y comunicaciones, etc. para explotar de determinado modo los recursos disponibles. Por otra parte, el marco institucional también tiene su forma y su historia: la Constitución, la organización de los niveles de gobierno nacional, provincial y municipal (con sus diferentes ámbitos de responsabilidad), la superestructura de leyes, normas y regulaciones, los contratos, servicios, bienes públicos, gravámenes y tributación, vienen del pasado y se proyectan al futuro, no pueden cambiarse como si nada.
Una política de desarrollo, en la medida en que cambia prerrogativas, altera derechos adquiridos o por lo menos afecta intereses, implica discusiones, pactos, acuerdos, con la participación de los sectores involucrados. La discusión política es inevitable, porque cuando se definen determinadas prioridades se establecen ventajas y costos que afectan de manera diferente a cada uno. Claro, uno puede decir: pero si ya hemos atravesado mil y un “grandes acuerdos nacionales”, “pactos sociales”, “pactos fiscales” y hasta “acuerdos morales” que prometían refundar la Argentina. La verdad es que siempre se ordenaron alrededor de aspectos cualesquiera, que no enfocaban los problemas profundos. Si utilizamos, como venimos haciendo en esta serie de notas, el criterio del desarrollo, se desprende que lo que se busca es un acuerdo para el desarrollo.
Un acuerdo para el desarrollo no es un “gran acuerdo nacional” sobre tales y cuales puntos generales trillados (terminar con la pobreza, promover el empleo, eliminar el déficit público, etc.), al cual luego se decora con la etiqueta “para el desarrollo”, como forma de justificar su eventual motivación o finalidad. Se trata de un acuerdo sobre los puntos cruciales de la capitalización y el desarrollo, que permite que la política general de desarrollo se implemente en el nivel más concreto de un programa de desarrollo. El acuerdo es necesario porque hay que poner cada uno su parte, resignar cosas; el esfuerzo de desarrollo no es gratuito, implica ahorrar, invertir, capitalizar, y por lo tanto, resignar o al menos postergar otras cosas.
2. Desarrollo es desarrollo integral
El subdesarrollo argentino (como el subdesarrollo en general) no se define tanto por la ausencia de actividades económicas rentables, que funcionen o sean exitosas. Más bien, lo que destaca es el hecho de que hay muchas actividades económicas rentables, exitosas o aun muy exitosas, pero que no se integran y refuerzan unas con otras en una dinámica de desarrollo y capitalización sistémica, interdependiente. Se definen, en cambio, como actividades subsidiarias, subordinadas —en otras épocas se decía “dependientes”— a dinámicas de desarrollo externas. Entiéndase bien, no externas en el sentido de “extranjeras” o “imperialistas”. Externas a un proceso endógeno, sustentable, de desarrollo.
Hemos insistido ya en que el desarrollo y el subdesarrollo se definen uno al otro, en una relación mutua, con una dinámica de interdependencia, alrededor del punto crucial de la capitalización y las mejoras de productividad globales. El nivel de desarrollo de los países está determinado por sus productividades globales relativas, esto es, la productividad del conjunto de las actividades con las que cada país concurre al mercado global.
En general, los países concurren al mercado global con los productos en cuya producción son más productivos, donde producen con ventaja. Uno puede considerar en abstracto la productividad de cada sector, de cada empresa, de cada unidad de negocios. Una producción de zapatos, digamos, es más productiva con la incorporación de determinadas máquinas. Y produce más zapatos en menos tiempo, con menos desperdicio, más barato, etc. Pero en términos de desarrollo, esa productividad retribuye sólo cuando esos zapatos entran al mercado a competir con otros zapatos, y se relaciona con el resto de las actividades de la cadena de valor, tanto hacia arriba (insumos, bienes intermedios, bienes de capital, servicios) como hacia abajo (consumo masivo, consumo intermedio). La caída en el precio del calzado, el aumento del consumo, impacta en otros rubros de actividad y genera dinámica en otros sectores, incentiva la competencia, la inversión, etc. El desarrollo es un bien público preferente porque reconoce amplias externalidades positivas.
La productividad puede analizarse respecto de una industria, para cada rama de actividad, para una región o país, para un Estado y también a nivel internacional. Una región dentro de un país es más desarrollada que otra, por una relación desenvuelta a lo largo del tiempo entre las actividades económicas de cada región, no sólo en base a los recursos naturales y humanos disponibles, sino dentro de las reglas de juego del país de que se trate: su forma de gobierno, las características de su mercado, su regulación comercial y laboral, el modo en que convoca y regula al capital, etc. Del mismo modo, un país es más desarrollado que otro de acuerdo a cómo evolucionaron sus economías, y en particular las partes más dinámicas de sus economías, en relación con el comercio mundial, en el mercado internacional de bienes y servicios, en el mercado mundial de capitales, etc. a los que concurren a partir de sus dotaciones de recursos, de capital y de tecnología, etc.
Por supuesto que, considerado desde arriba, esto es, desde el punto de vista del desarrollo de la economía global, la economía es un todo. Pero considerado desde cada una de las partes, algunas se desarrollan más rápido, otras quedan relegadas. Algunas son más dinámicas, otras menos. En algunos sectores se acumula más capital, se invierte más, aumenta más la productividad; en otros menos. Es esta dinámica despareja, desigual, la que da forma a la relación entre el desarrollo, ahí donde se produce la capitalización y aumenta la productividad, y el subdesarrollo, ahí donde comparativamente hay menos capitalización, descapitalización relativa o directamente descapitalización absoluta. Ahí donde hay descapitalización, hay subdesarrollo.
La idea de desarrollo implica la idea de integralidad. El desarrollo es algo que ocurre a la economía en su conjunto. Una economía se desarrolla cuando sus diferentes partes se integran en una dinámica de crecimiento recíprocamente apalancado. Cuando esta dinámica no ocurre, precisamente decimos que no hay desarrollo, aunque algunos sectores de la economía tengan formidables saltos de productividad o crezcan mucho. Desarrollo es formación, integración y consolidación de cadenas de valor, movilización de los diferentes sectores, desarrollo de proveedores, desarrollo de infraestructura, desarrollo de nuevos mercados, etc.
Podríamos poner como ejemplo de subdesarrollo la clásica imagen de los tamberos derramando leche como forma de protesta, en general en momentos en los que el precio de la leche está bajo, o los costos muy altos. Este hecho puede coexistir con un auge de la exportación de soja (o de petróleo). La leche es un bien de consumo masivo pero también un insumo de la industria láctea. La industria láctea requiere altas dotaciones de capital, pero también un mercado interno sólido para los productos lácteos, que son bienes de consumo masivo y también insumos de los servicios gastronómicos. Gracias a la denominación de origen o a la trazabilidad de su producción, la industria láctea puede ser también un producto de lujo o de exportación. El desarrollo de este sector (como de otros) puede excepcionalmente ocurrir de manera aislada, pero en general depende del desarrollo sostenido de toda la cadena agroalimenticia.
3. Inserción e integración inteligente
La integración, por supuesto, nunca es total, como que no hay economías completamente autosuficientes y cerradas. El mercado mundial se ha transformado y abarca multiplicidad de bienes, servicios, tecnologías, derechos, patentes y regalías.
En el pasado, digamos en las décadas del 50, 60 y 70 del siglo XX, en un mundo de economías más cerradas, todavía volcadas sobre todo a sus mercados internos —un mundo de bloques rígidos y mercados regulados, cimentados sobre la economía de posguerra, con base en el acero primero y más tarde en las incipientes industrias del plástico y la electrónica—, entonces tenía sentido proponerse análisis finos de la matriz insumo-producto de un país, identificar insumos críticos y estratégicos, cuantificarlos en términos de stocks y flujos, y en particular estudiar el impacto de cada rubro en el comercio externo. Así por ejemplo se definió el carácter estratégico del acero y del petróleo para el modelo desarrollista de Frondizi: atraer el capital externo a estos sectores para aliviar la cuenta capital y liberar divisas para la importación de otros insumos críticos para el desarrollo integral.
Los rubros de una economía podían entonces inventariarse prolijamente, eran un número acotado y estable. El cambio tecnológico, aunque se había acelerado desde principios del siglo XX, todavía no trastocaba de manera permanente la dinámica económica. La transnacionalización de la producción y las economías de escala, antecedentes de la globalización, eran procesos incipientes, limitados a unos pocos rubros del comercio mundial.
El cambio tecnológico se aceleró desde entonces de manera exponencial, y los nuevos paradigmas económicos y productivos obligan a replantear los términos en los que se delinea una política de desarrollo. Entonces, si la economía es mucho más compleja, si las tecnologías cambian todo el tiempo, si el cambio en los procesos de producción y los patrones de consumo es cada vez más rápido, hay que definir muy bien cómo se plantean los incentivos y penalidades a la inversión y la capitalización, para que una política de desarrollo pueda ser exitosa y, todavía más, no se convierta en un lastre.
Ya no tiene sentido poner el énfasis en determinados “sectores estratégicos”, como pudieron ser en el pasado el acero, el plástico, la celulosa, etc. Tampoco es saludable promover o subsidiar “industrias” que se limiten a ensamblar partes importadas. En todo el mundo, la producción de los bienes industriales, particularmente de los de alta tecnología, está titularizada y concentrada en corporaciones que operan a escala multinacional. La producción de estos bienes está orientada al mercado mundial: muchas veces un mismo modelo de automóvil, teléfono, televisor o electrodoméstico se produce para todo el mundo utilizando insumos básicos e intermedios de múltiples orígenes, procesados en múltiples plantas en diferentes países. Se comercializan con diferentes marcas según el mercado y a veces según el cliente. Los insumos intermedios se convirtieron en commodities.
Una política de desarrollo tiene que hacer base en los sectores más dinámicos. Debe reforzar los circuitos de capitalización existentes (aquéllos cuya competitividad es manifiesta y probada) con inversión pública en infraestructura, energía, transporte, pero también en educación, capacitación técnica, capital humano. Tiene que facilitar el desarrollo del crédito y el mercado de capitales asociado a estas actividades. Pero además tiene que promover los circuitos de capitalización de los rubros y actividades adyacentes, que pueden apalancarse en esas actividades más competitivas. Industrias como la agroalimenticia, la energía y la minería pueden ser los vectores más dinámicos, los pilares de una política de desarrollo. Tiene que aprovechar, finalmente, las posibilidades que surgen del nearshoring, que es a la vez la última consecuencia y la otra cara de la moneda de los procesos de trasnacionalización productiva, y que abre nuevas posibilidades de industrialización para determinados rubros y mercados.
4. Reformas estructurales para la capitalización.
Pero un proceso de desarrollo es un proceso de capitalización general de la economía, y de elevación de la productividad global como resultado de la inversión, la capitalización y la elevación de la productividad en muchos sectores de la economía.
¿Qué factores han trabado en las últimas décadas la capitalización en las diferentes actividades que conforman la economía argentina? Lo primero es enfocar e identificar los vectores de descapitalización, y neutralizarlos. Nótese que hablamos de descapitalización, aunque puede haber ganancias y acumulación.
Vectores de descapitalización son las problemáticas que comprometen la rentabilidad, dificultan, desalientan, traban la inversión. La presión y complejidad tributaria, con una alta cantidad de impuestos, altas tasas y complejos métodos de cálculo y presentaciones; la excesiva regulación y la intervención estatal en forma de inspecciones, habilitaciones, permisos, cupos, precios máximos; la legislación laboral rígida y la altísima contingencia laboral, apoyada en una larga jurisprudencia, son los principales dramas de la actividad económica cotidiana para cualquier empresa argentina.
Los vectores de descapitalización (los desincentivos concretos al ahorro, la falta de incentivo a la inversión y capitalización empresaria) terminan alimentando canales de descapitalización. Es importante enfatizar el hecho de que el capital que no se invierte no es propiamente capital. No hace falta apelar a la idea espectacular de una “fuga de capitales” para explicar la crisis argentina. Lejos de toda épica, la descapitalización ocurre de forma más bien lenta y prosaica, como un drenaje. No por casualidad somos de los países con menor capitalización bursátil respecto del PIB, o con menor crédito respecto del PIB.
La doble contabilidad, la no registración contable de la actividad, la evasión tributaria y la consolidación de una gigantesca economía informal, es una de las formas de la descapitalización en la actividad cotidiana de la micro, pequeña y mediana empresa. Junto a la consolidación de la informalidad aparece la “industria” ilegal de la comercialización de facturas y servicios apócrifos y en general el lavado de activos. Y aparece también la contraparte legal del lavado, que son los periódicos “blanqueos” que han ofrecido los diferentes gobiernos (a todo esto ~ya nos hemos referido en otra oportunidad~). En conjunto, la subregistración, el negreo, el lavado y los blanqueos han estructurado un formidable canal de descapitalización.
El consumo subsidiado (como viene ocurriendo hace dos décadas con la energía, el transporte o las comunicaciones) es también un vector de desacumulación por muchos motivos. Por un lado, desalienta las inversiones en los sectores involucrados y los descapitaliza lentamente. Por otro lado, tiene un costo fiscal que enfrenta el conjunto de la sociedad con una mayor presión tributaria.
Los incentivos al consumo suntuario o la inmovilización de capital son otro vector de desacumulación. Tal es el caso de la importación de autos, aeronaves o embarcaciones de lujo a tipos de cambio preferencial, o de determinadas inversiones inmobiliarias (vg. el desarrollo de clubes de campo o de torres de departamentos de lujo en Puerto Madero). Estas formas ambiguas de actividad económica consolidan un perverso modelo de acumulación que no favorece el desarrollo. Siendo actividades genuinas en si mismas, se convierten muchas veces en destino artificial y relativamente estéril del ahorro social, a falta de oportunidades más dinámicas.
Neutralizar los vectores (mecanismos) de desacumulación y cortar los canales (flujos) de desacumulación, implica reconfigurar los incentivos y penalidades de la actividad económica cotidiana de las empresas, al menos en lo que depende directamente del Estado. En la medida en que se sostiene en el tiempo, ese nuevo set de incentivos y penalidades puede crear nuevos vectores de capitalización (oportunidades de inversión, tecnificación y mejoras de productividad en determinados sectores) y luego canales de acumulación, esto es, mecanismos que consolidan y dan carácter continuo al flujo de capital inversor.
Las reformas estructurales que deben concurrir a un programa de desarrollo son:
una reforma tributaria que apunte genuinamente a la simplificación de impuestos, la baja de alícuotas, una política especial para ampliar la torta (formalización y registración de la economía informal) y sobre todo incentivos fiscales a la inversión (como la amortización acelerada de bienes de capital).
una reforma laboral que incentive la creación de empleo, limite las contingencias laborales de las empresas existentes, y termine con la “industria” del juicio laboral
una reforma jubilatoria que brinde razonabilidad al sistema y no sea una espada de Damocles sobre las cuentas públicas y la estabilidad fiscal, y que apalanque los proyectos de desarrollo de amortización larga
un acuerdo y reforma de la coparticipación federal, que premie la responsabilidad fiscal del nivel provincial, contribuya a la formalización general de la economía y marque los parámetros de los incentivos fiscales al desarrollo
una reforma del mercado de capitales y de las regulaciones del Banco Central para la capitalización bursátil y el crédito empresario, que privilegie los flujos de proyectos de inversión por sobre el enfoque patrimonialista de los balances, a la hora de analizar las carpetas crediticias.
5. Consistencia, sustentabilidad, estabilidad y confianza
Que una política de desarrollo tenga éxito depende de muchos factores concurrentes. Si falta alguno de ellos, la política puede fracasar.
Primero, es necesario que la política de desarrollo sea técnicamente consistente en sus diferentes aspectos. Que proponga una política fiscal, monetaria y cambiaria que el mercado estime seria y realizable, y que de las señales correspondientes. Los diferentes actores tienen que poder entender lo que pasa, prever lo que puede pasar y tomar decisiones. La información pública debe ser veraz, y las medidas claras y transparentes. Una política de desarrollo es tal si genera rápidamente vectores de capitalización, y si desincentiva claramente los comportamientos o prácticas que diluyen la acumulación, se orientan a la inmovilización, esterilización o atesoramiento. Todas las medidas monetarias, fiscales y cambiarias deben ofrecer claras señales de consistencia, coherencia entre sí, en el camino propuesto.
Segundo, el esquema de desarrollo tiene que ser políticamente sustentable, para poder mantenerse en el tiempo, ser estable y duradero. Esto implica incorporar los intereses de los actores involucrados (partiendo de la base, que señalamos antes, de que todos tienen que poner algo). En este punto, no hay espacio para posiciones de un acuerdismo naïf (“la importancia de los consensos y las políticas de Estado”), como tampoco para posiciones autoritarias o avasallantes (tabula rasa, “vamos por todo” y un proyecto político eterno). Las representaciones sectoriales tiene que participar del debate, involucrarse, plantear sus reivindicaciones y comprometer su apoyo. Y el Gobierno debe respetar a los sectores y sus representaciones genuinas.
Tercero, y como consecuencia de lo anterior, para que una política genere confianza y seguridad, debe además enmarcarse en el respeto de las instituciones y la legalidad, el cumplimiento de los contratos, la garantía de las libertades, el respeto de los diferentes actores y su representación sectorial, y la libertad de expresión en el debate público.
Párrafo aparte merece la estabilidad monetaria, que muchas veces se ha caracterizado como la madre de todos los problemas en Argentina, y que sin embargo ha demostrado siempre reflejar la estabilidad política de los gobiernos. Los gobiernos tienden a tener monedas fuertes en los momentos de fortaleza y apogeo político (el dólar barato tiende a consolidar una posición política sólida), y en cambio sufren devaluaciones en momentos de crisis o inestabilidad política, tras reveses electorales o fracasos parlamentarios. Esto es así porque el mercado siempre descuenta con atelación respecto de los tiempos más largos de los cambios de orden institucional, y se anticipa a la incertidumbre poniéndose a resguardo. Sin embargo sigue siendo habitual entre los comentaristas argentinos analizar la estabilidad monetaria con criterios monetaristas dogmáticos o insistir contra toda evidencia una teoría unidimensional de la inflación, que la hace depender únicamente del déficit fiscal.
En general puede decirse que no hay estabilidad monetaria sin consistencia macroeconómica, ni estabilidad macroeconómica sin estabilidad política y confianza. Pero más en el largo plazo, la estabilidad macroeconómica depende de la consolidación de un proceso de desarrollo exitoso. Por supuesto que la estabilidad es importante, y un contexto más estable permite a los agentes económicos planificar inversiones de manera más eficaz, trazar plazos de amortización más largos, etc.
6. Qué cosas no son desarrollo
Para terminar, estaría bien desarmar algunas ideas con frecuencia asociadas al desarrollo o el desarrollismo, que no solamente no implican desarrollo sino que pueden obstaculizarlo. La capitalización general de la economía es un objetivo esquivo, y las políticas o medidas confusas, ampulosas, dogmáticas o taquilleras pueden alejar el desarrollo en lugar de favorecerlo.
No es desarrollo el productivismo, el industrialismo genérico. Lay idea de que el Estado debe comprometerse en proteger la producción local de cualquier cosa, a cualquier costo, es equivocada y, en el extremo (como ocurre con los “regímenes promocionales” que terminan subsidiando la operación de meras ensambladurías) contraproducente. Es equivocada porque el desarrollo es la capitalización de actividades razonablemente productivas y competitivas, y la movilización de recursos genuinos (ya sea naturales, humanos, o de capital). No es desarrollo la mera idea de que hace falta una “matriz productiva diversificada”. Por supuesto que es preferible la diversificación de la producción y la actividad económica, siempre sobre la base de la racionalidad económica de las actividades en cuestión. No es desarrollo el “compre argentino”; el consumidor tiene derecho a perseguir el menor precio y la mejor calidad.
No es desarrollo la preferencia por el “tipo de cambio competitivo”. El tipo de cambio debe ser el que corresponde al nivel de productividad global de la economía, y el nivel adecuado será relativamente alto mientras la productividad sea relativamente baja. No se puede mantener el tipo de cambio artificialmente alto, del mismo modo que no se lo puede mantener artificialmente bajo, sin generar desajustes en la economía. En general un tipo de cambio alto puede servir de colchón de competitividad mientras se pone en marcha un plan de desarrollo, pero las mismas necesidades del desarrollo (vg. inversión extranjera directa, afluencia de capitales, tecnificación, importación de bienes de capital) ordenan el tipo de cambio a la baja.
No es desarrollo la estatización de presuntos “activos estratégicos”, como puede ser YPF, Aerolíneas, o la prestación de servicios públicos de agua potable o gas natural —y puede terminar siendo el papel prensa o la impresión de papel moneda—. Un Estado empresario abocado a casi cualquier cosa no sólo no garantiza el desarrollo sino que puede dificultarlo, y aparece como un riesgo permanente de confiscación e inseguridad para el capital privado. Una política de desarrollo dispone de múltiples herramientas para incentivar determinadas actividades y orientar la inversión privada, y puede además concretar inversiones públicas en casi cualquier sector estratégico con instrumentos mixtos, sin comprometerse de forma directa en la gestión empresaria, que siempre ejecutará mejor el privado.
No es desarrollo la regulación de las “rentas extraordinarias”, la fijación de precios máximos o en general la regulación de la actividad económica. De nuevo, una política de desarrollo dispone por principio de múltiples herramientas para orientar el ahorro y la inversión y comprometerlo en la capitalización de la economía; no es función del Estado arbitrar en los niveles de rentabilidad de las actividades o empresas puntuales, sino garantizar la libre concurrencia, promover la libertad de empresa y ayudar a que los mercados sean transparentes. Muy por el contrario, en el marco de una política que favorezca la capitalización del conjunto de la economía, la acumulación es un objetivo deseable, que naturalmente favorece el proceso. Cuando no hay una política de desarrollo ni vectores de capitalización, la acumulación se esteriliza o malogra en atesoramiento, inversiones improductivas, especulación o fuga.
No es desarrollo la “política de desendeudamiento”. La asistencia financiera de los organismos de crédito internacional (a tasas y plazos preferenciales), o el acceso al del Estado argentino al mercado de capitales, son herramientas con las cuales una política de desarrollo debe poder contar. La asistencia financiera de los organismos siempre es preferible para financiar directamente, o asociado al sector privado, proyectos de inversión en infraestructura, energía, transporte, telecomunicaciones. Las ganancias de productividad asociadas compensan con creces el costo de ese crédito. Lo que no es desarrollo, por supuesto, es el endeudamiento que financia gasto corriente, como ha ocurrido tantas veces.
No es desarrollo “vivir con lo nuestro”, esto es, apostar exclusivamente a la capitalización interna, a las tecnologías propias, las empresas de capital nacional, la producción para el mercado interno, etc. El aislacionismo económico no fue nunca una solución apta para Argentina (una economía que necesita el comercio mundial y el capital externo), pero mucho menos en el punto del desarrollo de la tecnología y en el escenario geopolítico actuales. Una política de desarrollo tiene que contemplar la inserción inteligente del país en el comercio mundial de bienes y servicios y en el flujo de de capitales e inversiones, como también un posicionamiento político que abra mercados y fortalezca relaciones y confianza con el máximo de países y mercados.
Para terminar, no es desarrollo la mera estabilidad monetaria, el sólo ajuste de las cuentas públicas y la eliminación del déficit del sector público, sobre todo si el costo de lograr el equilibrio de las cuentas implica sostener una fuerte presión tributaria (como siempre ha ocurrido con las experiencias presuntamente liberales, que suben la recaudación en lugar de bajar impuestos). En el corto plazo puede haber déficit cero y puede derrotarse la inflación, puede haber una moneda estable y aún una moneda aparentemente fuerte sin que se avance en la capitalización de la economía y la elevación de la productividad. Puede haber inflación baja al costo de una formidable recesión. Pero sin desarrollo, las demandas sociales reprimidas sólo esperarán la oportunidad de volver a presionar sobre el gasto público; sin mejoras de productividad, los costos seguirán presionando sobre los precios, y las tensiones inflacionarias regresarán. Sin desarrollo la producción local será cada vez menos competitiva y más cara, y el déficit del balance de pagos presionará sobre el tipo de cambio e indirectamente sobre la inflación. No hay atajos monetarios hacia el desarrollo; por el contrario, sólo el desarrollo puede ser la base de una moneda sana.
Maximo Merchensky, 22 de abril de 2025.