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#4. ¿Qué carajo es desarrollo?
¿Se puede hablar todavía, con sentido, de desarrollo? ¿Es el desarrollo una idea o concepto relevante? ¿Aporta algo a la discusión sobre los desafíos que enfrentan los países o es una idea anticuada o superficial?
En las notas anteriores hemos revisado sucintamente dos temas más bien históricos: 1) la historia de las ideas del desarrollo, esto es cómo empezó a plantearse el problema del desarrollo y el subdesarrollo, que no siempre tuvo interés ni pareció relevante, y 2) la historia de cómo se fue configurando algo así como el subdesarrollo argentino, es decir la historia económica del atraso argentino mirada desde el punto de vista de las ideas del desarrollo. Intentamos mostrar que estas cuestiones no siempre se formularon del mismo modo, y que la ciencia económica, como las ciencias en general, se va planteando problemas sólo a medida que estos aparecen, o los va olvidando o transformando. También que, incluso ahora, hay muchas maneras de formular los problemas económicos, y que varias de ellas se desentienden de las cuestiones del desarrollo, o le niegan toda entidad.
En esta nota trataremos de sentar una tesis general sobre qué es el desarrollo, entendiendo que la idea todavía puede servirnos.
En primer lugar, recordemos que para el neoclasicismo duro, el concepto de desarrollo o bien es lo mismo que crecimiento económico, o bien técnicamente no significa nada. Pues bien, aclaremos ante todo que sí, que se puede definir un concepto técnico de desarrollo que no se agote en su referencia al crecimiento. Que desarrollo y crecimiento no sólo no son lo mismo, sino que pueden ser completamente distintos, y que puede haber el uno sin el otro.
En segundo lugar, excluyamos lo que el desarrollo no es: no es un concepto que se defina por referencias extraeconómicas, de índole sociológica, cultural, institucional, histórica o ética. Desarrollo no es crecimiento con equidad, ni crecimiento con sustentabilidad, ni crecimiento con justicia, con participación o con “mirada humana”, etc. Desarrollo no es justicia social, “desarrollo social”, “desarrollo humano”, etc. Ir a buscar la definición del desarrollo fuera de la economía es un error, que habilita toda suerte de confusiones, aunque podamos confiar en que el desarrollo es un camino hacia más justicia, más equidad, mejores instituciones, mejor calidad de vida. Parece obvio que el desarrollo es condición de una sociedad mejor, pero si hacemos depender el desarrollo de ese objetivo más bien moral, lo desnaturalizamos.
Pues bien, ¿qué cosa es el desarrollo? Desarrollo es la capitalización sistémica de la economía, en orden a la explotación plena de los recursos disponibles con las tecnologías disponibles. Subdesarrollo es, por el contrario, la falta de capitalización, con el consecuente desaprovechamiento de recursos, la baja productividad global de la economía. Desarrollo es inversión, equipamiento, tecnología, bienes de capital, en suma, mejoras de productividad y mayor competitividad. Subdesarrollo es la condición estructural de reproducción de una economía de baja productividad, por falta de inversión, infraestructura, logística, en suma: la falta de capitalización, y como resultando una baja o bajísima competitividad.
Tratemos de ilustrar estas ideas. Una actividad cualquiera que se capitaliza (que mejora su logística, su eficiencia, la organización, o que incorpora maquinaria y equipos, etc.) mejora su productividad, esto es, mejora su producto en relación a los recursos que insume para producirlo. En general, una actividad más productiva es más competitiva, compite con ventaja con la actividad menos productiva. Puede retribuir mejor los factores: ofrecer más ganancia, pagar mejores salarios, a más bajo costo, y aún así mejorar sus precios y desplazar a la competencia, ganar sus mercados.
¿Qué determina que una actividad, o una economía se capitalice? La inversión, y antes que la inversión, el ahorro, esto es, la decisión deliberada de posponer el consumo, más o menos institucionalizada en dispositivos e instrumentos financieros. La inversión, que para la teoría neoclásica pura es una decisión más o menos indiferente de “un emprendedor”, que ocurre de manera más o menos espontánea, es el factor crítico de la teoría del desarrollo. En una economía subdesarrollada, la inversión, lejos de comportarse espontánea y dócilmente, es un animal tímido, huidizo, susceptible, indeciso, al que cuesta llamar la atención, atraer y mucho más atrapar. La inversión es el desafío.
La inversión masiva de capitales, y particularmente del gran capital, en grandes proyectos, requiere mucho ahorro y, presumiblemente, un escenario apropiado, reglas claras, estables, garantías y tal vez incluso incentivos. La inversión masiva es un gigantesco desafío.
El desarrollo es la dinámica por la que la economía en su conjunto se capitaliza de manera acelerada y sistémica, en un proceso tal que el desarrollo de una rama de la producción o sector de la economía genera condiciones para el desarrollo de otras ramas o sectores. Por supuesto que la capitalización de cualquier rama de la economía favorece el desarrollo, es decir suma, agrega algo al desarrollo. Pero ninguna actividad por sí misma conduce necesariamente al desarrollo. Desarrollo implica sistema, y para que haya sistema, hace falta que los recursos comunes (la logística, las comunicaciones, el transporte) mejoren, abonando la productividad del conjunto de los agentes económicos. Desarrollo implica una mejor provisión de bienes públicos, o cuasi públicos, cuyo consumo no necesariamente es rival o excluyente, y cuya producción requiere grandes capitales, o cuyos plazos de amortización son muy largos.
Si el desarrollo requiere un esfuerzo de inversión masiva, a ritmo avasallador, que no puede darse espontáneamente, aquí es donde la teoría del desarrollo empieza a llevarse a las patadas con la teoría liberal clásica, al menos en sus variantes más ortodoxas. Librado a su suerte, del subdesarrollo sólo sale más subdesarrollo, por una cantidad de razones teóricas y prácticas, económicas y políticas. De hecho, donde no hay políticas de desarrollo puede haber actividades exitosas y rentables, incluso muy exitosas. Es probable, incluso, que esas actividades “derramen” algo de unas a otras, generando más o menos crecimiento y riqueza. Pero es poco probable que haya desarrollo, capitalización sistémica.
Descartado el desarrollo espontáneo, se requiere que en algún lugar se definan prioridades, se establezcan incentivos y penalidades, se ordenen canales y formas de ahorro y acumulación de capital, y se promuevan determinadas actividades consideradas estratégicas. No estratégicas sin más, sino estratégicas precisamente para el desarrollo. ¿Y cuáles serán esas actividades estratégicas? Ya tendremos oportunidad de indagar sobre cómo se discuten, cómo se establecen y definen, y cómo se impulsan las prioridades, los incentivos y las penalidades, porque esto introduce el tema del papel del Estado en una política de desarrollo. No una discusión sobre la justicia o conveniencia del Estado en sí mismo (un tema teórico dilecto de los libertarios), sino del rol del Estado en la discusión, definición, ejecución y sostenimiento de una política de desarrollo eficaz.
Pero ahora miremos un poco más de cerca la diferencia entre crecimiento y desarrollo. Supongamos que el gobierno actual cualificara su compromiso con el ajuste del gasto, haciendo una distinción entre el gasto público y la inversión pública. Supongamos que un recorte de 50 mil agentes en la administración pública nacional comporta un ahorro anual de unos mil millones de dólares. Al eliminar gasto corriente, ese ahorro se repetirá en los años sucesivos, digamos que en 10 años el ahorro sería de unos 10 mil millones.
Ahora supongamos que hacer 20 mil kilómetros de autopistas cuesta 20 mil millones de dólares, y que el gobierno acuerda con un privado que construya esas nuevas autopistas, con un aporte del Estado de la mitad del total, usando el ahorro que obtuvo con el ajuste en personal echado.
Un ajuste de personal en esa magnitud (como el ajuste del sector público en general) implica una retracción económica que impacta en el producto bruto, que cae. Pero si hay inversión (en este caso inversión público-privada), no sólo se moviliza la economía presente, sino que sienta las bases de una mayor actividad futura. En este caso, 20 mil kilómetros de autopistas significarían un importante ahorro de tiempo, seguridad, eficiencia y costo del transporte de personas y bienes, y un fuerte espaldarazo a la productividad y la competitividad de todas las actividades que usan esas autopistas.
Extendamos la idea. Pongamos que el gobierno decide, fiel a su estilo, profundizar el ajuste: no pagar a proveedores (de servicios, insumos, etc. ) por otros 5 mil millones de dólares. Y convoca al sector privado para reconvertir los trenes: los privatiza en 5 mil millones, y con estos 10 mil millones ahorrados, acuerda financiar la modernización del transporte ferroviario de carga a lo largo de todo el país. Una vez más, queda un tendal de proveedores con sus pagadiós, lo cual significa un quebranto masivo que impacta como fuerte caída en el producto bruto. Pero por otro lado, la inversión público-privada en el sistema ferroviario determina la reducción permanente y significativa de los costos de transporte para la producción del interior del país. Otro aporte a la productividad y competitividad del sistema.
Si seguimos repitiendo ejemplos de este tipo, empezando por la producción y transporte de energía, y siguiendo por puertos, aeropuertos, dragado, rutas nacionales y provinciales, caminos rurales, etc., tendremos como resultado una hipótesis curiosa: un fuerte ajuste del gasto corriente, pero una fuerte inversión pública y privada en infraestructura. El ajuste se traduce en una caída del producto, esto es: crecimiento negativo. Pero la inversión se traduce en desarrollo. En suma, puede haber desarrollo sin crecimiento, si lo que hay es un ahorro que se dirige a la capitalización de sectores estratégicos.
Claro, esta línea de razonamiento, y esta propuesta de gobierno, no son muy ortodoxas.
Los elementos de análisis hasta acá detallados nos sirven para entender también el fenómeno inverso, esto es, por qué también puede haber crecimiento sin desarrollo, o inclusive crecimiento a expensas del desarrollo, que traba o imposibilita el desarrollo. Este es el caso del populismo y del estatismo, las formas y prácticas de gobierno irresponsable (pero simpáticas) que incentivan el consumo por sobre la inversión, y aumentan el gasto público corriente por sobre la inversión pública, mientras descapitalizan la economía o se gastan los stocks de ahorro anteriores (por ejemplo, malversando los fondos de pensión). Esta forma de gobierno, de la cual la dirigencia argentina abusó en los últimos cincuenta años, puede crear una ilusión de desarrollo.
Nótese que el crecimiento resultante de las políticas populistas o estatistas, como tal crecimiento, no tiene nada de ilusorio: el producto bruto puede, de hecho, crecer muchísimo, como ocurrió sin dudas durante los años de gloria de kirchnerismo. Pero el crecimiento sin inversión tiene patas cortas. Si la economía no se capitaliza o se descapitaliza, si la productividad se estanca o baja, si la competitividad se malogra, adivinemos: aparecen las crisis, los déficit, las tensiones inflacionarias, los problemas en el balance de pagos, todos viejos problemas conocidos por los argentinos y recorridos hasta el hartazgo.
Sobre estos temas, sobre la diferencia entre desarrollismo, populismo y liberalismo, profundizaremos en las próximas entregas de La agenda del desarrollo. Delimitar qué significaron, a su turno, las políticas económicas liberales y qué significaron, del otro lado, las políticas “nacionales y populares”, populistas y estatistas, nos ayudará a identificar qué cosas son sustanciales y qué cosas hojarasca o distracción. Diferenciar, como decía Frigerio, lo principal de lo secundario, lo esencial de lo accesorio, para ver si de una vez nos podemos de acuerdo en cuál es la clave del postergado desarrollo argentino.
Maximo Merchensky, 5 de noviembre de 2024.