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- #2. Mini historia de la economía del desarrollo.
#2. Mini historia de la economía del desarrollo.
No siempre fue obvia la diferencia entre países desarrollados y países subdesarrollados; todavía no lo es, y hay escuelas depensamiento que niegan la distinción. En el mundo, pero también en Argentina, el problema del desarrollo tiene una historia, ¿también un futuro?
El término desarrollo aplicado a la economía no se usó hasta bien entrado el siglo XX, y proviene de la biología. Una economía subdesarrollada era una economía atrasada, que no aprovechaba todos sus recursos o su potencial, por oposición a las economías desarrolladas, que movilizaban todos sus recursos, de manera continua, más o menos cerca de sus niveles óptimos.
La teoría económica clásica enunció, y la neoclásica formalizó en detalle, de manera general, la idea de los equilibrios: donde aparecen oportunidades de negocios, aparecen negocios; si un negocio se satura, la actividad se disipa hacia otros negocios; si hay demasiada oferta, la actividad se reconvierte, etc., y mientas mayor sea la información, los recursos tienden a aplicarse de manera más o menos óptima en las diferentes ramas de actividad. Estas ideas calzaban como un guante a las economías de mercado de Europa occidental del siglo XIX, “derramaban” sobre las economías del resto del mundo, y los clásicos de la economía creyeron, con derecho, que aplicaría naturalemnte también a las economías subdesarrolladas.
Las economías subdesarrolladas mostraron sin embargo funcionar de modo diverso, anómalo respecto de las leyes y supuestos de la teoría. El mercado, un presupuesto básico de la teoría económica, no siempre funcionaba como un mercado con libre concurrencia. El mercado de trabajo, por ejemplo, no era en todos lados libre y flexible. Los trabajadores libres (y pobres) obligados a vender su trabajo no eran la norma en todos lados, y la gente no sentía necesariamente en todas partes la obligación de emplearse regular y disciplinadamente. No en todos lados había empresarios afanosamente empeñados en conseguir lucro, ni contaban con el prestigio o la posición social que les permitiese desarrollar sus actividades. La movilidad de los factores de producción, otro presupuesto básico de la teoría económica, no era tan obvia ni fácil. Numerosas restricciones limitaban qué se podía comerciar, qué actividades se podían realizar, dónde, etc. Estas resistencias tenían motivos con frecuencia extra económicos: estilos de gobierno, formas culturales, tradiciones éticas y relaciones sociales no plenamente mercantiles constituían trabas casi tanto como las preferencias por diferentes bienes, la falta de población, la falta de infraestructura o la falta de mercados o capitales.
Aunque la teoría clásica y la neoclásica enfocan el mercado como si fuese una forma de relacionamiento social metafísica, universal, eterna y obvia, el mercado que todo lo abarca es un invento europeo. Para que las economías de todo el mundo se desarrollaran siguiendo ese modelo, primero había que desarrollar los presupuestos socioculturales del mercado. El desarrollo de la industria moderna abrió el camino, al crear un mercado mundial de bienes manufacturados, y también un mercado mundial de insumos y alimentos. Los países desarrollados (Gran Bretaña, Francia, Alemania), ya francamente industrializados, concurrían al mercado mundial vendiendo los productos de su industria, mientras compraban los insumos, si no los proveían directamente sus colonias a precios y condiciones preferenciales o monopólicas. El desarrollo desigual no podía menos que complementarse con un intercambio desigual: el comercio entre bienes manufacturados, con valor agregado, e insumos sin valor agregado, establecía una relación dispar entre la formidable dinámica industrial (intesiva, de alta productividad) y las economías más puramente extractivas.
¿Podían desarrollarse espontáneamente las economías subdesarrolladas, atrasadas, extractivas, grandes extensiones con explotaciones extensivas, de bajísima productividad? Nada lo impedía, a priori, para los teóricos clásicos del equilibrio. Al contrario, teóricamente había incentivos para que se desarrollaran más rápido. Sin embargo no se desarrollaban. ¿Por qué? ¿Se debía a factores culturales? ¿A razones políticas, juegos de intereses sectoriales? ¿A la ausencia de un clima institucional favorable? ¿O a una dinámica económica y comercial entre los países desarrollados y los subdesarrollados? Incluso podía deberse a tradiciones, costumbres, éticas religiosas, herencias culturales. Tal vez a varios de estos factores combinados. La teoría del desarrollo fue la rama de la economía que se enfocó en estos problemas.
Naturalmente había motivos para que esta disciplina, la economía del desarrollo, surgiera en los países subdesarrollados, principales interesados en contar con una ciencia ad hoc. Pero ahí no había escuelas de economía, por lo que las elites ilustradas de países como Japón o India, Brasil o Argentina, comenzaron a formular los problemas del desarrollo de la mano de estudiosos de los “países centrales”: estudiaban afuera, se carteaban con los teóricos de los centros de estudio ingleses o americanos, discutían en la academia extranjera, escribían papers o libros con sus cuestiones. Esta relación más o menos paternalista con los centros ideológicos mundiales perduró y se confiesa todavía en la “teoría de la dependencia” de Cardoso y Faletto.
En Argentina, la teoría del desarrollo surgió de manera más o menos autónoma y con un perfil propio, y su formulación acabada se debe a Rogelio Frigerio. Reconoce antecedentes remotos en el programa modernizador de Sarmiento y la generación del 37, y otros más inmediatos en autores como Alejandro Bunge. Frigerio conocía las ideas de Prebisch y la CEPAL (un desarrollo también relativamente autónomo, que no constituye por sí mismo una teoría del desarrollo), y discutió con cierta complicidad con personajes como Jaguaribe, Furtado y otros pensadores latinoamericanos de mitad del siglo XX. Lo que distingue a Frigerio es que tuvo oportunidad de imbricar su teoría de primera mano en la experiencia del gobierno desarrollista de Arturo Frondizi (1958-1962). En Argentina, la teoría del desarrollo tuvo la oportunidad de probarse en la práctica, y eso la dotó de algunas características únicas, a veces caracterizadas como “pragmáticas”: la obsesión con la desregulación de los mercados, la privatización de empresas públicas, las concesiones al capital extranjero y la firme determinación de atraer inversión extranjera directa, el encuadramiento decidido con Estados Unidos y Europa, fueron algunos de esos rasgos particulares.
Cómo extrañamos a Frigerio, que nos invitaba a pensar estos problemas y nos daba líneas para investigar, para entender, para formular las cosas de manera adecuada y fructífera, sin prejuicios, sin slogans, sin taras ideológicas.
El desarrollismo fue una corriente de ideas identificable durante medio siglo, y a medida que Frigerio y Frondizi desaparecieron de la vida política, la prédica desarrollista perdió fuerza. Sin embargo, la crisis argentina no encontró una salida por virtud del desarrollo económico, por el contrario, el desarrollo económico nunca ocurrió, y la crisis argentina se repitió, una y otra vez, luego de sucesivas fases de políticas alternativamente de signo liberal o populista.
¿Es posible pensar todavía los problemas del desarrollo? O todavía más: ¿sigue existiendo el subdesarrollo como categoría? ¿Podemos hablar todavía de desarrollo y subdesarrollo? ¿Se puede decir que Argentina es un país subdesarrollado? Y si es así, ¿en qué sentido? ¿Qué significa desarrollo, propiamente? ¿Es un sinónimo de crecimiento económico? ¿Es crecimiento sostenido o “sostenible”? ¿O por el contrario es crecimiento con inclusión social, con justicia, con gobernabilidad, etc.? Vamos a ir abordando estas cuestiones en las próximas entregas de La agenda del desarrollo, y si es posible, las discutiremos con quienes saben de verdad sobre cada aspecto de estos temas.